Los viajes, ocupan en el espacio siempre menos que en el tiempo.
Los símbolos que alertan de sus experiencias auguran un balance estratégico de intensidades que en el instante en el que se habitan no son traducidos como tales. Son como la magdalena de Proust que sin saber el por qué se aparece de nuevo con el paso del tiempo para alimentar nuestras pulcritudes mentales, recuerdos incomprensiblemente comprensibles. Para algunos, no obstante, su mayor reconocimiento consiste en temer estas presencias, augurios de pasados que no fueron entendidos en el momento oportuno...¿o sí...?. Tengo dudas. Sin embargo, de lo que sí estoy seguro es que los viajes abren puertas ignotas porque el grado de descubrimiento es como el mismísimo dormir, al que hay que caer para poder despertarse.
Partir, como decía el sabio, es abrirse sin saberlo, dar paso a sensaciones que ni remotamente se pensaba existían y que su descubrimiento prodiga períodos de estabilidad que algunos llaman felicidad.