En ocasiones como hoy, la arena del reloj sensaciona que cae más despacio, como que le cuesta desprenderse grano a grano del contenido para el que fue reunida: contar el tiempo. Los días de espera no se recuerda estar esperándolos, son secuencias en blanco y negro sobre nubes angostas y adormecidas. Leí que en Mogador los relojes de arena llevan un viento interno que ordena el movimiento de su pequeñas dunas, y que los amantes sabiamente demorados adquieren y desarrollan por dentro un viento similar que guía todos los desplazamientos de su cuerpo, pero que muy especialmente da ritmo a su precipitación sobre el cuerpo amado (Lo leí en Nueve veces el asombro, de ARS). El tiempo me ha confirmado la sospecha, porque lo contrario, la soledad, es más literaria que sentirse solo, con la ausencia de ese espacio ocupado por una presencia que ya no la es. Y entonces es cuando el recuerdo aparece, ignorante las más de las veces de la crueldad de su sinsentido, porque...¿qué cualidad presenta en ese instante el recuerdo...?, ¿nostalgia, remembranza...?. El corazón es lo primero y lo último que se cansa, que advierte su fin, que llora sin lágrimas a la espera de la amadamante. Sin embargo, el olvido tiene formas sofisticadas de permanecer en forma de sonido, aroma, reflejo...
Alguien me dijo en una ocasión que a solas puede haber razones, pero no argumentos. Es posible., incluso cada vez lo veo más claro...
Mientras tanto, los granos de arena persisten en su agonía de seguir cayendo.