Pienso como muchos que el epicureismo es, sin apenas apercibirnos, lo que todos buscamos en mayor o menor intensidad. Añadiría, exigiría, que sin instagramearse en ello, sin volcarse en una constancia neurótica que restaría sin duda intensidad al apego, como si realmente fuera estar dentro de un atlas warburgiano, se dejara intuir (resultaría imposible ocultarlo) el principio de tal tendencia.
Somos freelances en casi todo, buscando tiempo en el espacio, dibujando un mínimo de momentos felices que permanezcan en nuestra débil memoria por el resto del tiempo. El ayer y el hoy nunca son lo mismo, nunca lo serán. Somos, aceptémoslo, evolución constante. Más aún en lo concerniente a los sentimientos, a las querencias del alma, al universo de esos deseos que nos siguen y persiguen, píxeles complicadísimos de descifrar por el ordenador más avanzado y en realidad la síntesis perfecta de lo que durante unos instantes es la perfección urdida; porque no hay lentitud más lenta ni plenitud más absoluta que el nudo amoroso que se tejió sobre la piel visible e invisible del amadoaamante o del amanteamado, da igual.
Aún con la sensación cutánea de la arena entre los dedos de los pies descalzos, el aroma de un perfume que la delata o una melodía que solamente algunos ciñeron a las paredes de su hipocampo cerebral, la mente somete al humano al celo virtual de esos instantes que los astros construyen en forma de días o solamente llamaradas de luz perenne, y esa memoria involuntaria le somete a un lugar erotizado del que nunca más se desprenderá.
Y es que aquellos que han viajado juntos, de la forma que sea, consumiendo miles de kilómetros o centímetros de alfombra, con asombro descubrirán que todo el viaje ha sido hacia ellos mismos y el mundo se torna en una metáfora sorpresiva de sus cuerpos. Es lo que ARS llama "la soledad en llamas", porque se ve girar al mundo fuera de ellos, inexistente, nómadas en un desierto sin brújula con la que guiarse.
Es por ello posiblemente, que el mundo del deseo debe ser aceptado, hacerlo consciente, sí, aunque se mude la razón, por mucho que se exija no encontrar arquitectura bajo el volcán, siempre el corazón, por muy ajado que parezca, persista en ser ese minúsculo epicúreo que todas las mañanas se reconoce en el espejo de su cuarto de baño.