Lo evidente pocas veces se deja descubrir. Resulta ser esa indiscreción a la que le ponemos cotas de silencio para seguir siendo quienes queremos ser. Me decía alguien muy sabio que aparentar no es solo un modo de parecer, es también un modo de aparecer.
Conforme los años se posan sobre mi anatomía, más descubro la conveniencia de ser armonioso incluso para los defectos para esos desperfectos que pasan a ser obsoletos y programados, carne de outlet sin remedio pero con la absoluta vigencia de haber sido, de haber tenido horizontes. Otros, se admite, nunca llegaron a ver ni de cerca, no adivinaron esa conexión de dos manos que se ciñen en un aparentemente cortés saludo y que idiomáticamente traduce un sinfín de experiencias aún no escritas y eternamente deseadas. Y es que la distancia de algo respecto de sí mismo hace que sea finito, que se disuelva como un azucarillo en un vaso de agua.
Ver pasar el tiempo con la indisoluble veracidad que nunca más regresará induce a concederse que cuando el tacto coincide con los demás sentidos, solo cabe sumergirse en la poesía y dejar pasar el instante.
Ver pasar el tiempo con la indisoluble veracidad que nunca más regresará induce a concederse que cuando el tacto coincide con los demás sentidos, solo cabe sumergirse en la poesía y dejar pasar el instante.
Yo lo llamo tolerancia. Veo que te gusta viajar y que lo haces a lugares exóticos donde el tiempo parece detenerse. En ocasiones desearía tanto que fuera así...
ResponderEliminarYo también me he hecho más tolerante. Debe ser la edad o lo que se ha visto, o asumir lo que escribió Ángel González en uno de sus magníficos versos contenidos en su libro Vista Cansada. Te lo recomiendo (Edit. Visor).
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