Un proverbio budista dice: "Un maestro te abre la puerta pero tú has de ser quien la atraviese".
Habitaba en un tipo de vivienda con demasiadas ventanas abiertas, pero realmente desconocía que la mayoría, las que de verdad dejaban entrar y salir la luz estaban cerradas. Tenía la presunción de estar haciendo lo que siempre había deseado sin percibir que lo que más valor tenía, aquello por lo que otros se amaron, lo estaba dejando ir como el agua se va entre nuestras manos cuando intentamos retenerla. Nadie le subrayaba la ausencia de aquella palabra: vida. Mantenía un tipo de alegría muy sutil, extremadamente quebradiza. Sí sentía que los sobresaltos eran cada vez menos ambiguos, los asombros con más interrogantes, que a la armonía le notaba más defectos continuados y que ciertos sonidos sonaban a vestigios de palabras heridas.
Es cierto que cuando hablamos de la gente tendemos a no incluirnos, de igual manera que hay palabras que no solo habitan en la lengua, que también lo hacen en el paladar, saboreándolas o temiendo ese amargor de desear que algo ocurra sin significar que no temamos que suceda.
El humano no debiera, no debe, existir para dañar. Posiblemente por ello la ventaja que tenemos de usar el pensamiento para percatarse de algo tan sencillo, de lograr esa conciencia que le leía hoy a Oliver Sacks que le contaba su amigo, el científico Francis Crick, quien le decía estar convencido de que entender cómo el cerebro produce la conciencia estará resuelto en el 2030... Lástima, seré ya tan mayor para disfrutarlo... Mientras tanto seguiré observando y asombrándome de cómo pensamos y por qué lo hacemos, o de la influencia que un viaje puede tener en la vida de una persona para conocerse, como Mogador lo ha sido ya para tantas...
Discrepo con ese científico del que habla. Saber cómo es la conciencia es conocer al ser humano, y eso... De cualquier forma sería muy triste porque se le quitaría el enigma ... ¿no cree?
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