Hace tiempo le leí a ARS en Nueve veces el asombro, que cuando se habla del cuerpo y del sexo en Mogador, se pasa a describir muy fácilmente lo invisible de lo visible o cómo la imaginación prende más en las mentes de los que hablan. El estudio de la anatomía incluye lo que se ve y lo que no se ve ni se toca también en aquella ciudad. Allí comienza la esencia de quienes serán deseantes, próximos colindantes conocidos como "los sonámbulos". Son personas que dan más importancia a ese delirio interno de cómo siente a su amadoamante, a su otro yo con el que unirse desenfrenadamente en una subasta ganada de antemano a su propia conciencia de pobre humano que desea antes que cree, que siente antes que posee. No verá el sonámbulo una larva de melancolía junto a él cuando ame con toda su intención codiciadamente desconocida, como la voluta de humo que asciende a un firmamento demasiado inconsistente para acoplarse con él... No. Verá tan solo esa vibración insostenida y esperada, ondulante y consistente, que saca a flote esa esperanza de un momento, de un instante que nunca más será el mismo, como todos, y que siempre parecerá haberle restado existencia a sus pretensiones más aguardadas. De hecho, la asignatura más importante siempre será la Anatomía del deseo, fusión de destinos ignotos... siempre.
El destino es una ruta que se recorre paso a paso,una meta adivinable pero nunca totalmente cierta. Hay personas que se crean su propio destino y en él viven... o mueren.
viernes, 26 de diciembre de 2014
domingo, 21 de diciembre de 2014
PACIENCIA
Escribió Herman Hesse que "la naturaleza, el crecimiento, la paz, la prosperidad y la belleza del mundo se fundamentan en la paciencia". Y es complicado para el humano...
Paciencia para saber que algo llegue o se vaya, para que alguien haga por nosotros aquello que ya no podemos hacer, o para ver cómo aquél se equivoca sin intervenir ni inmiscuirnos dando consejos que no nos ha solicitado o no quiere oírlos, o paciencia para aguantar a los que se impacientan ante nuestra cada vez mayor lentitud porque entendemos que las cosas han de transcurrir como nosotros pensamos debe ser, con su timing...
La lentitud es el arte de la paciencia. Y en la paciencia está lo que cada vez más entendemos está la perfección.
Ser serenos es sentir crecer, al contrario que el que la impaciencia sufrimiento sin sentido (¿alguno lo tiene?). Quien es paciente es el que goza del presente sin precipitarse al incierto futuro.
En los hammams, la suaves humedades que envuelven a los que los visitan nunca pueden ser turbados por las prisas, no son buenas consejeras. Quienes se introducen en esas interioridades conocen la delicadeza que deben prestar a su cuerpo para disponerlo al hipotético amor que les espera. Deciden mimarlo para conocer el contraste con otras manos, otros susurros que le transmitan sus deseos. También entonces la paciencia es obligada. Posiblemente, también por ello, Mogador es la ciudad de la paciencia.
domingo, 7 de diciembre de 2014
REFLEXIONES EN TORNO A LA SIMPLIFICACIÓN
Por mucho que lo desee el
minimalismo, el humano está hecho para convivir con los objetos, para que le
rodeen, le arropen, le recuerden experiencias que en ocasiones demuestran todo
lo contrario de lo que quiso la ilusión.
Y es que el humano es un mix de
huellas en su mente, entre magníficas, esperanzadoras y también, incluso, masoquistas.
Existe en nuestra sociedad de consumo una cierta tendencia a la virtualidad, a
conceder solo importancia al sentido visual y olvidar los demás. Y es una
equivocación tan importante como proporcionar solo categoría al oído, al gusto,
al olfato o al tacto. Es cuestión, siempre, de equilibrio, de sensato
equilibrio entre lo que nos rodea y lo que rodeamos, como lo es el propio
equinoccio, que en toda la tierra iguala los días con las noches, ese momento en
que el alma no sabe si mirar hacia atrás o hacia adelante.
Soy de los que piensan que las
cosas hablan como el más primitivo de los lenguajes lo hace, con la posesión
del mismo lenguaje. Una caja de latón oxidada en el fondo de una estantería y
no oir la voz de quien imaginó guardar en ella sus secretos en forma de una
fotografía, una caracola o una cuartilla de papel amarillento es no haber
tenido infancia, haber prescindido de la ilusión, del deseo, de la fantasía.
Los objetos soportan cierta carga de conciencia de su poseedor al asumir que no
hay felicidad perfecta ni perfecta infelicidad, como todo lo que rodea al mundo
interno del humano, ese arcano que todos desean ignorar pero que todos llevamos
a cuestas, obligándonos a ignorar aquello que nos proporciona autobiografías.
El objeto es recuerdo y pasión, dolor y placer, útil e improductivo fruto
consecuente de un humano que busca satisfacción inmediata sin saber que aunque
nosotros tengamos solo una vida, una cuchara, una escultura o una estantería
puede tener muchas. Todo depende del significado mismo que le demos, como esas
mellas que no son más que las arrugas que nos salen a otros...
El humano es
único mientras tiene su vida, pero ese objeto que observa a diario, que lo usa
o deja indolentemente que sirva de refugio al polvo de su hogar, puede ser eterno
mientras alguien, otro, le quiera hacer suyo; porque, lo queramos o no, solo
somos presente, y el objeto tiene la opción de ser futuro. La vida, en cambio, de
por sí, no tiene un significado pleno. Sólo ser vivida... a veces incluso ser deseada mientras se está yendo de entre nuestros dedos... La vida será únicamente el
significado que le demos. El objeto, en cambio, no: una mesa es una mesa. No
hay más que hablar... Pero ¿sirvió ese trozo de madera para sellar acuerdos a
gente desesperada, dar de comer a hambrientos, o ser fuente de entretenimiento
a nuestra niñez...?. El objeto nunca podrá ser un ente abstracto, siempre será
determinado, preciso, específico e incluso especial para alguien, como
cualquier ser vivo. Es por ello una experiencia pasear entre los espacios de
una tienda de antigüedades y sentir las conversaciones de sus objetos, cantar
sus recuerdos felices o susurrar la congoja de quien se vio abandonado por sus
dueños cualquiera fuera su causa. El objeto, como tal, por su propia esencia,
siempre inducirá a la reflexión: ¿por qué se hizo?, ¿qué se esperaba de él?,
¿por qué se usó el metal y no la madera para su construcción?. En un mundo con
tantos signos de interrogación siempre es terapéutico contar con algo que nos
incite a hacernos otro tipo de preguntas, como las que hacía Neruda en su Libro de las preguntas, y le venían
respuestas en forma de cosas y personas...
(Libro de las preguntas. Pablo Neruda e Isidro Ferrer. Edit. Mediavaca).
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