Y se ofrecieron mutuamente toda clase de venenos y sus exactos antídotos.
Habían preveído ambos que podrían ser importantes ejercicios de preparación, apoyos sistematizados y pensados para que la experiencia fuera ritmada, no a favor de un éxtasis como estaba sucediendo. Una súbita iluminación interna llenó de golpe sus cuerpos, los elevó espiritualmente, como tienden hacia el universo las velas sus llamas. Y tal vez fue esa misma luz la que les hizo ver el pasado y el presente, nunca un futuro imaginativamente pueril.
Un cortejo intelectualmente visual e impensable para muchos había dado paso a un certero deseo de enviarse a Essaouira, al Mogador de siempre, del que nunca se había despedido, al que siempre había añorado. Sus experiencias anteriores habían quedado en un apasionamiento olvido conformando personalidades en nada parecidas con quienes se relacionaron hasta entonces. Detestaron compartir para siempre las flores y los frutos de su jardín, aquel que nadie osó en pensar su existencia, aquel que unió, en cambio... existencias deseadas.
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