Uno de los pasajes más ambiguamente delicados que pude leer en Los nombres del aire, habla de Fatma cuando sus ojos dejan de alimentarse de la presencia de Kadiya. En esa región del sueño a medias, en la que todas las cosas cercanas, como dice ARS, en lugar de estar simplemente tranquilas, conducen hacia lejanos fondos donde no hay nada aislado, donde todo se mueve y conmueve. En esos lugares bordeaba con desenfado lo imposible, soñaba despierta. Y en su semisueño hasta la planta que tenía en su cuarto estaba habitada por los movimientos de Kadiya. Su tallo frágil y sus hojas afiladas se dirigían hacia la luz con una rapidez y flexibilidad inusual en las plantas. Fatma veía en esa inclinación exagerada hacia la ventana una similitud feroz consigo misma. Se la conocía en los mercados de la ciudad con el nombre de Impaciencia y quien la adquiría aceptaba una cierta revolución en su vida. Mientras su accidentado reposo continuaba señalando el final de la noche, Fatma notaba el reconocible movimiento de la planta y emitía de sus labios la conciencia de un deseo, la ironía desconocida de una vida tomando su propio sometimiento: Ya no sueñes en mi sueño que me sueñas. Dice Thich Nhat Hahn:
Tómate tu té con lentitud y reverencia, como si
fuera el eje alrededor del cual gira el mundo.
Lenta, tranquilamente, sin correr hasta el futuro.
Vive el momento actual, porque sólo
ése es vida.
Los de la casta sabemos que de nada sirve querer llegar antes de tiempo para... esperar. Es mejor seguir el camino con cierta lógica, la nuestra, la que habla de ida sin retorno, de conocimiento sin vacíos postulantes. Caminar es alimentarse de lo que se nos ha puesto a nuestro alcance si éste se compromete a ser compartido con nosotros. Porque los Sonámbulos nunca toman nada que no desee ser tomado, y son, sin embargo, irremediablemente sensibles a los impulsos que despiertan en quienes admira.