Estar tierra adentro, sin sentir la enigmática brisa es sentirse abandonado del gran azul, esa libertad total, posibilidad, eterna aventura.
El único lugar en donde se está desmemoriado y disponible es ese horizonte de posibilidades que nos rodea y nos llama como si Hércules y su tridente brotara de él y reclamara su tributo. En él se sirve sólo a la vida: siempre al alcance de la sorpresa, siempre a las órdenes del destino... Húmedo y limpio como un beso recibido al atardecer, cuando todo lo imaginable puede hacerse realidad mientras el tacto se desliza por ese cuerpo deseado, puro magnetismo natural del que poco se dice y menos se hace y deshace sin temor a ser observado...
Sin ancla, sin amarre, gobernado por vientos y vaivenes: súbdito de las olas que mecen o matan... en él me pierdo. Y se sueña, se tiene todo el tiempo para soñar...