Se decía en Moby Dick que los lugares verdaderos nunca están en ningún mapa, que nadie los hallará por mucho que los busque. Y es así, jamás esa traducción morfológica de un instante podrá situarse en una coordenada y ser repetida su experiencia. Somos seres vagabundos de una sociedad que se ha desentendido de sí misma y transformado en transparencias mutables con sensaciones que han abandonado el primitivo misterio de ser representantes del deseo, eso que los integrantes de la casta conocen y convulsionan a veces exageradamente...
Recordó lo dicho, que las heridas que no sangran traen sus propias gangrenas, cuando alguien le preguntó cómo construir el olvido, que cuando proliferan las nimiedades, desesperan sin complejo de inferioridad. La vida es una carretera de la costa, desde donde se ve el gran azul en momentos desiguales que provocan el desasosiego de la pérdida al desaparecer tras un recodo del camino dudando si fue un espejismo hasta que de repente regresa a nuestras pupilas amplio, majestuoso, reverberante, recobrando la serenidad que evoca el ruido de las olas sobre las rocas. Su presencia, sin saberlo, era precisamente el silente ceder de la conciencia sobre el ánimo de ignorar esa personalidad que despertaba recelos a quien la conocía, porque su desvelo vital fue lo que le animaba a llenar un vacío con sus pensamientos, con el deseo de cancelar su mundo afectivo de la manera que había aprendido a hacerlo, o posiblemente de no poder efectuarlo como debiera haberlo hecho en su momento. Posiblemente esa era la atracción que oblicuamente ejercía con quien se cruzaba desprendiendo el aroma del deseo, el que fuera, aquel que podría ser principio y fin.
Despertarse lleva a veces años... piénsalo.