El gran azul le devuelve la sensación de estar escribiendo sobre su piel, deletreando su nombre, deseándola infinitamente como la vez primera que la vio, intentando inútilmente hoy apartarla de su mente. Cierra los ojos y pierde la calma, se concentra en el recuerdo de cuando leyó que existía una casta de hombres y mujeres con imaginaciones entretejidas, creando una nueva dimensión, la realidad de sus deseos, que son los que movilizan sus acciones, sus cuerpos. Fue ARS, al que luego conoció, quien con Los nombres del aire, el que le condujo a su camino imaginario, hundiéndole en la necesidad de consumir vocaciones de océanos bravíos, tsunamis incontrolables, sensaciones de lugares desconocidos y amados junto a quien iba a ser su camino insospechadamente sorteado de noches insomnes de tactos y otros sentidos hasta el momento desconocidos.
Sospecha el Sonámbulo en la quietud tras el sueño que repara, el reencuentro con aquellos ojos incomprensibles, dulces y amargos a la vez, navegantes por aquella línea del horizonte que recorrieron como profetas de una religión aún no creada, huellas dormidas a la espera de una fuente repelida que realimente el río del deseo tejido entre las manos de un explorador perdido entre miles de desiertos.
Y es que hoy son los ojos los que hablan, no los labios, no los gestos... es la mirada perpetuante de esa realidad profetizada de un futuro posiblemente inexistente salvo para quienes han tenido un pasado interrumpido...
Y es que hoy son los ojos los que hablan, no los labios, no los gestos... es la mirada perpetuante de esa realidad profetizada de un futuro posiblemente inexistente salvo para quienes han tenido un pasado interrumpido...