El Sonámbulo echa de menos el tatuaje de la luz dorada sobre su cuerpo, memoria de inolvidables momentos en los que poco podía esconderse sin caer en la hipocresía deshabitada de la libido que tan precursoramente describía Duchamp sintiendo la memoria de la carne.
Y es que ni las frases decisivas son siempre brillantes, ni todo tiene un detrás, como siempre nos quieren convencer, porque depende del contraste, del viento que nos lleva, de la sombra que proporciona ese deseo inalcanzado, esa materialmente imposible marginalidad del poemario por finalizar. Hasta la brevedad no se agota con la duración...
Desearía tener el gran azul en un vaso de agua para revisitarlo y estimular ese futuro más que inmediato al que camina y que fuerza oir las palabras partidas por el viento, enfurecido con el humano que desprecia lo único que tiene por momentos, fantasmas en una repetición de sombras en la oscuridad, cuerpos que se entregan yendo hacia la luz, uñas que se clavan en una piel curtida, callosa y aún sin aroma definitivo influenciado por su amadadeseada.
Siente que el frío no estimula al calor interior, más hartazgo de tópicos como tiene la primavera. Necesita armonía con su estímulo, con su biografía que día a día se crea él mismo, paciente sin pedir explicaciones, prefiriendo sin comparar, amando cada instante...