Sentía tras sus viajes que sus recuerdos fluían como nubes sobre el cielo. Recordaba que aquellas noches inevitables ardían como un rito temerario, y que los límites no existían ante una imaginación que doblegaba cualquier atisbo de melancolía que pudiera aparecer en un horizonte lluvioso o pleno de imágenes tropicales.
Sus voluntades y sus sueños permanecían inalterables en el tumulto de la gran ciudad que rodeaba y sigue rodeando cualquier vestigio de luna contaminada. No buscaba las olas sino el sabor salino del beso aquel que le llevó a las profundidades marinas como una Alfonsina cualquiera que deseara desaparecer de una realidad que repudiara, de aquel aroma que nunca volvería a oler con la intensidad del inesperado instante, de aquella luz hipnotizante que guiaba el momento, el relámpago vital...de aquel grito que salió de sus cuerdas vocales sin avisar de su presencia...
Podrían existir otras explicaciones, y seguro que existirán, pero elegía las que le prometían seguir buscando en el próximo partir, con ese arañazo rojo del amanecer sobre un futuro incierto o ese silencio que anuncia la noche y que visualiza hipótesis alcanzables con algo de suerte y mucho de decisión.
Se está hecho de mimbres ilusionarios, sí, y también de simples sabores que condicionan esos hedonismos que sin ellos es imposible mantener la cordura que nos debe calificar, aunque nadie a estas alturas sepa ciertamente qué es cordura y qué no lo es. De lo que sí se debe constatar es la sensación placentera que provoca desear conocer lo desconocido, aunque fuera solamente de carácter práctico, táctil.