Hay sueños que son imposibles de introducir en el cajón de los recuerdos y tirar luego la llave al lago del olvido.
No podía verla pero sentía su presencia transformadora, cálida. Notaba esa humedad que como el agua se derrama por la espalda en una cálida tarde de verano percibiendo ese cielo en el que se desea estar permanentemente. Quería despertarme para tocarla, abrir mis ojos y enfrentarme a sus luciérnagas que iluminaban todo lo que miraban. El placer que me producían sus manos por mi superficie corporal era paralizante. Probablemente por ello me dormía tan profundamente, insertándome en el interior de mi sueño y allí adentro soñar otro sueño donde la esperaba. Allí nos habíamos citado, allí sentí que debía estar para ser real... Sin embargo, más vale aprender a vivir con algunos recuerdos imborrables que tratar de olvidarlos. Ya Freud, Dn. Sigmund, se empeñó en descifrar todo lo que somos a través de ellos y...no, o posiblemente no. Quizás porque siempre para preferir es preciso comparar, y el destino nos lleva a presentes irrecordables, amnésicamente eternos..
En cierta forma es como cuando se dice lo que uno piensa verdaderamente, que exige no solamente sinceridad...sino conocimiento. En mi sueño no apareció porque no estaba en el manual del sueño vital que debía estar presente, sino que merecía seguir insistiendo en una espera desesperante de quien sabe que en su memoria, ella no es solo un recuerdo...es algo más que aún la RAE no la ha puesto nombre. Ignoro si se le debe llamar ensueño, alucinación, fantasía, espejismo, quimera... Sólo sé que el calor que notaba, veneno para cualquier conciencia que no desee ser un surrealista o un snob al uso rozaba una realidad de la que sabía ciertamente desearía cortarle su aire con su boca.