La forma de caminar es muy proporcional a la personalidad del caminante. Muchas ocasiones ha sido motivo de debate entre asiduos a pensar, y siendo más precisos a los abundantes estoicos que aportan ese cierto escepticismo que les hace optimizar el criterio de los contrarios.
Ocasionalmente, tras conocer por vez primera a alguien se vislumbra esa equivocación por el voraz descubrimiento de saber no quién era sino cómo era, tras si de un sueño se despertara y la primera imagen que apareciera fuera ella. Manera de caminar, más aún de desplazarse, con los movimientos no solamente de pies o rodillas sino de cadera, son los que distinguen al protagonista de cada vida. Como si de una clase de un hipotético Máster en caminar y personalidad, sería interesante aconsejar la visión de algún episodio de la última temporada de House of cards, y ver andar, mejor dicho: desplazarse, a esa magistral Robin Wright, y percatarse con ello de los pensamientos de Claire Underwood, por ejemplo, y escuchar lo que su mente está revelando: la posesión es fruto de la ausencia del deseo..., por ejemplo, imagino.
Afortunadamente, no todo eso queda en lo virtual, en la fantasía de un guionista, y ustedes, queridos leyentes (sí, neologismo excluyente y excluído) míos, pueden hacer la prueba. Déjense llevar por la curiosidad de ver ese movimiento corporal que va en su vanguardia, transmitiendo por donde pasa su forma de ser, sus miserias y bondades, sus obsesiones y sus espontáneas calmas... adelántele... léale su rostro y más tarde deje que el destino les haga conocerse... a solamente quienes desee que hayan de ser conocidos, porque sepa que el deseo es una flecha que avanza en círculos concéntricos, toca a nuestro blanco y luego nos toca a nosotros, nos transforma, pero de eso ya hablaremos en otro momento.