domingo, 26 de febrero de 2017

MAR Y MONTAÑA no solo en la mesa


Me decía con una profunda pena, de esas de las que no se ve el fondo: "Él sabe a mar, yo no sé nadar". Y añadía: "La nostalgia es lo único que nos queda a los que no creemos en el futuro". Le expliqué lo que creo de la nostalgia...
El mal de amor tiene difícil tratamiento, como todas aquellas cosas que lo valen. Le achacaban que tenía mala memoria y  él les respondía que era de buen olvido. 

Ella quería recitarle aquellos versos de Ángel González:

Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada...


Pero la opresión en su pecho le impedía exhalar cualquier pequeño destello de soplo que le llegara a su oído para poder reunir, tímidamente, con el rumor del mar que dejaba al oirle caminar, su sentimiento. Amar y dormir son dos placeres que precisan paz para hacerlos bien y no convertirse en guerra.

Llegué a decirle que se dejara de lamentos, que ni las lágrimas son negras (perdóname Cigala por haber masoquisticamente disfrutado de tu canción con Bebo...) ni el reloj va a detener el tiempo. 

Hoy la he visto y me ha parecido respirar el amizcle que emanan los cuerpos entregados. ¿Habrá aprendido a nadar o él será tendente a subir montañas...?

lunes, 6 de febrero de 2017

VER PARA POSEER


Ayer me lo confirmaba una persona a la que conversando hace un tiempo le comentaba que solo lo que se ve con los propios ojos nunca nadie podrá arrebatártelo Lo ha constatado. Por fín, me lo reconoció. Está soltando lastre.
Y es que podrán quitarnos nuestras posesiones, pero nadie podrá desposeernos de aquella puesta de sol sobre un Índico descomunal, o el silencio maiestático en la ladera del Kilimanjaro o en las aguas tranquilas de la bahía de Ha Long, o del estruendo visual y auditivo de las calles de El Cairo a las tres de la madrugada  que junto con las de Saigón (hoy Ho Chi Minh City, por cierto) son las más ruidosas que he podido conocer hasta el momento. Son imperecederas y, probablemente nunca cambiantes, como la esencia de la película Una cuestión de tiempo, film que pregona la posibilidad de que alguien pueda volver atrás en el tiempo y cambiar las situaciones que desee...y que no lo hace. Y es que los momentos fraguan la personalidad y las relaciones de la vida de cada uno, le enseñan a amar lo que un día puede llegar a irse, la vida, y sus vidas entrelazadas, ese inmenso don al que no le damos la importancia que tiene porque parece que siempre será eterno, cuando no es más que  ausencias indeseadas preñadas de amargura.
A veces pienso que cuando se quiere de verdad, lo que sea, la verdad nunca sale perjudicada sino que hace más sólido al amante, más rico para desear darse más al amado, aunque lo ignore, como esas palabras que son capaces de incorporarse a nuestra piel para vivir siempre con nosotros, tatuadas indeleblemente. Probablemente por eso los viajes sin fotografías exigen más memoria que recuerdo...