El tiempo siempre es la distancia entre dos amores eternos, me cuenta un adorador del sonambulismo mientras me insiste en que a los humanos les sobrevuelan excesivos estorbosos ángeles del pudor, como alguien calificó hace años a esas sombras que humedecen y ondulan las figuras femeninas que pasan frente a nosotros.
Lo transitorio siempre es intenso, como en Mogador el rugido del Atlántico habla de contenidos fugaces y enloquecidos al frisar la tarde augurando una noche desvalida y en nada desabrida. Es ese efímero suspiro el que siempre demora llegar a donde otros decretan se ha de arribar para concederse sus sueños... eternos. Sin embargo, en absoluto se precisan esas ausencias que conforman la personalidad de aquellos que toman esas quimeras con temor a perderlas, con fuerza y al mismo tiempo con suavidad, equlibrando el impulso con el deseo.