La memoria se organiza por emociones, de tal forma que cuando nos sentimos dichosos acuden todas esas escenas que anteriormente catalogamos como felices; y a la inversa, cuando nos usurpa el sufrimiento, nuestra vida semeja un vía crucis. Puede parecer diabólico pero este rosario de recuerdos suele ayudarnos a ganar cierta perspectiva, y ganando perspectiva, a veces, maduramos como personas. Pocas veces ocurre con la perplejidad, porque en cada ocasión nos parece estar estar perplejos por primera vez.
La perplejidad viene a ser un escotoma, un agujero negro al que nos sumimos de vez en cuando más por fatalidad que por deleite, y que no recordamos porque básicamente creemos que se trata de un instante carente de significado. En cierta forma podría catalogarse como un cierto colapso de la vida intencional, un momento en el que la voluntad se muestra vacía y el mundo confuso. Algo así podría considerarse con el titubeo. Sin embargo existe una gran diferencia entre ellos. En el titubeo se duda en la elección ante dos posibilidades. En la perplejidad, no. Simplemente no existen. La RAE lo define como "irresolución, confusión, duda de lo que se debe hacer en algo".
El continuo devenir vital nos empuja a situaciones en las que las decisiones no son del todo claras. Posiblemente en parte de deba a que la posesión es fruto de la ausencia del deseo, y eso espolea hacia la perplejidad, y a la vez a la aparición del escepticismo, una enfermedad por la que se acaba dudando de las verdades al uso, muy sano cuando se usa la reflexión, y poco recomendable cuando es la perfecta excusa para la pereza o el pesimismo.
En estos días en los que estoy releyendo Ítaca del gran Cavafis, siento más que nunca lo expresado por aquel poeta griego del pasado siglo, que publicó poco pero que se obsesionó en trasladar la claridad en sus observaciones, las que fueran, solamente para aquéllos a los que creía las entenderían. Sin solemnidades dejó escrito este aleccionador poema, eterno ya:
Cuando la travesía emprendas hacia Ítaca,
pide que sea largo el camino,
lleno de aventuras, pleno de saberes.
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Pide que sea largo tu camino,
y muchas las mañanas de verano
en que-con qué placer, con qué alegría-
entres en puertos nunca vistos.
...
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino,
pero sin prisa alguno en tu viaje.
...
Más vale que se alargue muchos años;
y ya en la vejez recales en la isla,
...
Con la sabiduría que has alcanzado, con tu experiencia,
ya habrás comprendido qué significan las Ítacas.
Texto: Ítaca. C.P. Cavafis. Nordicalibros.
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