Nunca debiera confundirse melancolía con nostalgia. Son antagónicamente perfectos, Descubren tales palabras ese lado oscuro de voces que resuenan como si camináramos por calles vacías de una ciudad vacía, de un país vacío. En cierta forma se asume esta circunstancia al comienzo de un largo viaje, ése que provoca sensaciones deseadamente inventadas, cercanas a lo que nunca debiera acontecer y siempre se acaba ansiando. Buscamos ese jardín de lo invisible del que habla ARS, que está en todas partes y del que únicamente vemos su punta. Nadie lo ha visto pero se siente. Lo único que hay que obligarse es a no adentrarse en él con una curiosidad afiebrada, ésa que provoca desconcentración. Son pequeños matices que alimentan una vida. De igual forma que no es igual estar enfermo que ser un enfermo.
Cambiar de entorno alimenta el alma, despeja los sentimientos y agranda las esperanzas. Siempre ha sido así y siempre será así. El qué es determinante si coexiste con el cómo. De allí tan solo queda encontrar el quién. Y es que los viajes, los tránsitos son así... un inesperado invitado con una ruta diseñada a la perfección a la que siempre hay que aguardar no se separe mucho del destino, cumpla el horario y sean escasos los sobresaltos.
Lo dicho, nostalgia y melancolía son incompatibles. Aunque ambos se encuentren en el camino.