Me cuenta un halaiquí posmoderno que las casualidades no existen, que los vientos y las luces que nos mecen son siempre los mismos de todos los tiempos. Como esas granadas con las coronas abocadas a ser escrutadas para dejar asomar el enjambre de soles enrojecidos prontos a ser marchitos son las mismas de pasados años y que nuestro paladar deleita su zumo en nuestras bocas como bailarinas convertidas en mariposas. "Es lo mismo, siempre se repite la misma historia. Como las que yo cuento...", afirma. "Tan solo nos falla la memoria, que convierte las realidades a su albedrío, sin contar con lo que nosotros sentimos en esos momentos, sin advertir que si se detalla el momento se recordará haberlo vivido...".
Posiblemente sea cierto, como crecer es aprender a esperar, como adivinar que hay miradas que saben recitar y perciben su ausencia por años que transcurran, aunque el amor se haya ido y sus bonos basura hayan cumplido su misión. Y es que hay humanos que ven sus manos y las encuentran inútiles por no saber en donde ponerlas desde que no sienten el tacto del otrootra, que han perdido la sutileza inevitable para comenzar batallas que conduzcan a armisticios inevitables.
Posiblemente sea cierto, como crecer es aprender a esperar, como adivinar que hay miradas que saben recitar y perciben su ausencia por años que transcurran, aunque el amor se haya ido y sus bonos basura hayan cumplido su misión. Y es que hay humanos que ven sus manos y las encuentran inútiles por no saber en donde ponerlas desde que no sienten el tacto del otrootra, que han perdido la sutileza inevitable para comenzar batallas que conduzcan a armisticios inevitables.
A todos ellos me permito aconsejarles que consulten en las estadísticas de la OMS cuál es la edad media de su vida para su sexo, cuántos años les quedan, cuántos días, cuántas horas... Merece la pena el esfuerzo de pensar. Además, cada uno hace su historia y que siempre se elige el momento de llamar, no el de ser llamado.