Cuenta el Sonámbulo que la felicidad en el amor se divide a partes iguales entre las vísperas y el recuerdo.
Amar de verdad implica la imposibilidad de dañar, que sucede solamente en el corazón y cuando las uñas ya están gastadas, aunque se le hubiera robado la vida entera.
Siempre cuando acaba, el destino es inalcanzable, como ese globo de papel que se lanza en una noche sin luna esperando que la luz salude desde la lejanía. Y, por supuesto, no medirlo nunca por el tiempo que ha durado sino por la intensidad que ha tenido.
Decía el gran Ángel González que el hombre nunca sabe qué pasado le espera. Y es cierto. Es como el deseo, siempre cíclico, esperando vivir para morir, morir para vivir...