La llegada de los adelantos de la civilización se hicieron notar. Él le preguntó si tenía puesta la vacuna antitetánica porque su amor se estaba oxidando. Fue cuando la besó y luego le echó la culpa por saberse querido. Sus labios se sentían adelgazados y secos. Quizá desde el último beso que sintió, aquel con el que le dijo: Hasta pronto.
Sus manos se le estaban anquilosando, perdían el sentido del tacto: desde que no tocan han perdido la delicadeza forzosa para incitar batallas. Tampoco han sabido enmarañarse entre otras manos buscando nuevos territorios corpóreos que descubrir, sintiendo esa modulación que proporcionan las impresoras 3D rompiendo los anhelos, proporcionando en minutos lo que los ojos guardan en su hipotálamo.
Definitivamente, los adelantos civilizatorios no son lo mejor de la vida.