A Fatma le gustaba ver desde lejos la subasta de los peces en el puerto. Pero, como cuenta ARS, la sacaban de esa flotación las ancladas miradas de los hombres en la subasta y sobre todo la de Amjrus (...) la observaba desde hacía mucho tiempo y se dio cuenta cómo ella fue llenándose con las larvas de la melancolía. Pero él había notado, más que sus intermitentes tristezas, la manera tensa en que su cuerpo se había poblado de necesidades. Se equivocaba creyendo que las voces de la carne son también para quien de lado las escuche. (De Los nombres del aire. ARS. Alfaguara.)
La intuición, como la misma palabra, es femenina. Por ello, tal vez, al hombre extraño en la concentración le cuesta apreciar el lenguaje de la mujer, su diálogo sordo en tantas ocasiones, incluso agestuado. Debiera reposar su pensamiento para anular lo que aquí dijeron tantos:
Cuando pienso
que ya no pienso en tí,
sigo pensando en tí.
Quiero intentar ahora
no pensar
que ya no pienso en tí.
(P. Atzlawick)
El deseo, como cualquier otro sentimiento (¿o es sentido...?), precisa ser conducido para que escale muros y salte zanjas. El deseo puede congeniar con el/la deseado/a del deseante. Estoy convencido. Siempre el humano tiene herramientas para llegar a convencer que el aire puede ser inhalado mutuamente. No importan edades ni prejuicios. La vida debe ser desvivida hasta el último suspiro. Solo así descansará el espíritu.