Dice ARS en su obra LA MANO DEL FUEGO:
Tarik se da cuenta de que finalmente su pieza está lista para entrar en el horno, para ser entregada al fuego, ese otro ceramista impresvisible que siempre tiene la última palabra.
A nadie le ha dicho que cuando aceptó el reto y el encargo de Jassiba, este ceramista pensó inmediatamente que necesitaba conseguir verdadera ceniza de un par de muertos. La compró clandestinamente y no podía revelarlo. Él mismo no sabe de quién es la ceniza. Como no sabe qué resultará finalmente con ese barro mortuorio después del horno.
La clave y el gran misterio es siempre cómo se comportarán los diferentes ingredientes químicos del barro al llegar a su punto de fusión. Hay materiales más lentos, otros intempestivos. El punto de fusión es ese momento primordial y oscuro que naturalmente obsesiona al ceramista.
Haciendo el amor sucede lo mismo, ha pensado Tarik: hay un momento en el que todo lo que pongamos en juego al hacer el amor se funde de maneras distintas y, si tenemos mucha suerte, muy buena química y un poco de destreza, de la fusión absoluta de los amantes resultará una obra llena de esplendor y belleza.
Pero todo ceramista lo sabe, incluso usando los mismos ingredientes, el resultado nunca es igual. El color de una pieza esmaltada, por ejemplo, no depende de una fórmula fija, sino de una sucesión de acontecimientos dentro del horno que determinan su apariencia final. El fuego precipita una especie de composición musical de fenómenos distintos para cada materia, no una matemática precisa.
Y finaliza el capítulo diciendo: "El alfarero como el amante -piensa Tarik- somos artesanos del fuego y por lo tanto, en verdad, somos amantes de la bella incertidumbre".
Vine hace unos días de un lugar en donde la tierra proporciona a sus gentes prácticamente todo lo que necesitan. Tal vez por eso sus miradas son tan excesivas, tan profundas, pocas veces divergentes. Allí, el lenguaje no precisará más herramientas para hablar con sus habitantes que saber tensar las intenciones para hacerse comprender.
Y mientras, el Bósforo se hacía cómplice de los argumentos del sonámbulo .